cuatro Oscars y… ¿un funeral?
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¿Qué te pasa muchacho? – Dice Butch, pensando: mejor saltar que morir tiroteado.
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Que no sé nadar – Confiesa Sundance cabreado mientras
su compañero ríe fuerte.
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Eres un iluso, no creo que salgamos con vida. –
Y sin pensarlo dos veces saltan, cogidos a un mismo cinturón – Ooooooh!!
PAUSA
Si Sundance Kid hubiera visto esta secuencia del director Roy Hill, en
menos de un segundo le habría metido una bala entre las cejas. Yo no soy un cobarde habría dicho Sundance
soplando el humo de su revolver. El director se salvó de ese disparo por 60
años de diferencia. El 8 murió Sundance y en el 68 se estrenó la película, con
un Robert Redford al que se le quedó el personaje tatuado, dando nombre en 1980
a su Festival de Cine.
Twenty Century Fox presenta…
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Está muy guapa, la he visto mil veces y siempre
se me ponen los pelos de punta con la última escena. – Dice ordenando por
montones los billetes.
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Es brutal cuando congela la imagen para no ver
como los acribillan. – Abre una cajita con hachís, saca un Lucky Strike, un
papel y el Clipper.
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Porque los héroes, como nosotros, no mueren. –
Saca su pistola y apunta al televisor, donde sigue el fotograma congelado.
PAUSA
Ese final que rodó Roy es perfecto, dejando un fino hilo a la
esperanza, como sucedió en la vida real de estos dos bandidos. De los que nunca
se supo con certeza que murieran en aquella emboscada. Las memorias de la
hermana de Butch cuentan que vio con vida a su hermano pasado aquel fatídico 6
de noviembre, y las pruebas de ADN que se hicieron a los cadáveres revelaron
que ninguno de aquellos dos bandidos eran ni Sundance Kid, ni Butch Cassidy.
Un final redondo, que bien mereció un Oscar al guión original.
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Reidrops tariro tato ta… - Lanza dos aros de
humo mientras se desabrocha con cuidado la camisa manchada.
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Esa herida tiene mala pinta, déjame verla. – Se
acerca a su colega, coge el agua oxigenada y las gasas. – Esto te va a escocer.
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Reidrops tariro tato ta… - Canta para disimular
el dolor. Observa el montón de billetes como una luz al final del túnel. Y bebe
un trago de ron.
PAUSA
Paul Newman lleva a Katherine Ross en el manillar de una bicicleta, al
son de una de las canciones más famosas del cine, firmada con maestría por Burt
Bachalat. Una secuencia tierna y divertida, en pocos minutos nos cuenta que
entre Butch Cassidy y Etta Place hay algo más que amistad: una manzana
compartida y un pajar. Llévatela si
quieres se queja Sundance “…
i'm never gonna stop the rain //
by complaining, //
because i'm free,
// nothing´s worring me.” Concluye la canción.
Oscar a la canción original.
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Es como si se alternasen a la tía. – Recoge el
canuto de su colega. - Para mi que los dos se la benefician. Apriétate la
venda.
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Es la novia del rubiales. – Oliendo un puñado de
dinero, luego vuelve a beber de la botella de Barceló. – El otro es un putero.
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El rubiales es Robert Redford y el otro Paul
Newman – Fuma mientras cuenta y ordena en pequeños fardos el botín. – Tienes
que ver El Golpe.
PAUSA
Oscar a la banda sonora. Burt Bacharat hizo un trabajo excepcional no
solo con Raindrops keep falling on my
head también con temas como: South
American Getaway o The Sundance Kid.
Es mucho más que una banda sonora, es parte del guión, del tempo de la historia,
creando esas pausas narrativas, ese descanso a la incansable persecución de la
autoridad. Unas buenas tapas de vinilos sobre las que esnifar tierra del Far
West.
Obtuvo el Grammy y
el Globo de Oro.
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- Ahora ponte de perfil. -
Dice el sargento zarandeandolo. – Venga Roberto que nos conocemos. ¿Quieres
llevarte otro par de hostias?
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¡Soltarme hijos de puta! – Grita con los pulgares llenos de tinta. -
¿Dónde está mi colega? ¿Dónde está Pol?
- ¡Sujetadlo! –Volviendo a la
cámara de fotos – Roberto di patata que vas a salir muy guapo - ¡Click!
PAUSA
Y el cuarto Oscar fue para…
Conrad L. Hall, director de fotografía. El encargado de hacernos respirar el
polvo levantado por el galopar de los caballos, el que captó las arrugas de los
chalecos, el ocre de las botas gastadas, una infinita gama de tierras y
marrones, el aura de los poblados bolivianos, esos desiertos sabor a pólvora y
tabaco. Ese ultimo fotograma, congelado en la memoria de los cinéfilos, bandera
de la valentía, el cine nunca se mató a tiros.
El destino de estos dos
hombres es nuestra memoria.